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Diane Charles Breslin, Ex-Católica, Estados Unidos

(parte 1 de 3)

Cuando me preguntan cómo me convertí en musulmana, respondo que siempre sentí que creía en el DIOS ÚNICO, pero recién me di cuenta de lo que eso significa al oír sobre una religión llamada “Islam”, y un libro llamado “El Corán”.

Pero permítanme comenzar con un breve resumen de mi entorno estadounidense extremadamente católico irlandés.

 

Fui católica

Mi padre dejó el seminario después de un período de tres años para formarse como misionero. Era el mayor de trece hijos, todos nacidos y criados en el área de Boston. Dos de sus hermanas se hicieron monjas, como también una de sus tías maternas. El hermano menor de mi padre también estaba en el seminario y abandonó después de 9 años, justo antes de tomar los votos finales. Mi abuela se levantaba al alba para vestirse y subir la colina hasta la iglesia del pueblo para la primera misa de la mañana mientras el resto de la casa dormía. Recuerdo que mi abuela era muy estricta, amable, bondadosa, de mucha fortaleza y muy profunda – algo inusual para esa época. Estoy segura de que nunca había oído del Islam, y que Dios la juzgue por las creencias que tenía en su corazón. Muchas personas que nunca han oído hablar del Islam le rezan al Único Dios por instinto, aunque han heredado diversas etiquetas de distintas denominaciones por parte de sus ancestros.

A los cuatro años, ya estaba inscripta en un jardín de infantes católico y pasé los siguientes 12 años de mi vida rodeada por altas dosis de adoctrinamiento trinitario. Había cruces por todas partes, todo el día – incluso en las monjas, las paredes del aula, en la iglesia a la que íbamos casi a diario, y en todos los cuartos de mi casa. Ni hablar de las figuras e imágenes sagradas – dondequiera que mirase, había un niño Jesús y su madre María – a veces felices, a veces tristes, pero siempre con la representación anglosajona tradicional, de facciones blancas. Los ángeles también hacían su aparición, junto con los santos, según la festividad que se aproximara.

Tengo claros recuerdos de ir a recoger lilas y lirios de nuestro patio para hacer ramos que colocábamos luego en el florero al pie de la imagen de la Virgen María más grande que teníamos en casa, en el pasillo superior junto a mi cuarto. Allí nos arrodillábamos y rezábamos, disfrutando el agradable aroma de las flores frescas y contemplando serenamente lo bello que era el cabello castaño de María. Puedo decir sin equivocarme que nunca le recé A ELLA misma ni sentí que tenía poder alguno para ayudarme. Al igual que cuando rezaba el rosario a la noche en la cama. Repetía los rituales de súplica del Padre Nuestro y Ave María y el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, mientras miraba hacia arriba y decía con todo mi corazón: “sé que eres solo Tú, el todopoderoso, sólo Tú, digo esto porque es lo único que aprendí”.

Cuando cumplí doce años, mi mamá me regaló una Biblia. Como católicos, se nos alentaba a leer solamente el catecismo de Baltimore, sancionado por el Vaticano. Toda introspección comparativa era negada y descalificada. Pero yo leía con mucho entusiasmo, buscando saber lo que esperaba sería una historia sobre mi creador. Pero me confundía cada vez más. Este libro obviamente era obra de los hombres, algo confuso y difícil de entender. Pero, una vez más, era lo único que tenía disponible.

Al promediar mi adolescencia, comencé a ir menos a la iglesia, como era la norma entre los de mi generación, y al llegar a los veinte años, prácticamente no tenía una religión formal. Leía mucho de Budismo, Hinduismo e incluso intenté ir a la iglesia Bautista durante unos meses. Ninguna me llamaba la atención lo suficiente, las primeras eran muy exóticas, la última, muy corriente. Pero en todos esos años de no practicar la religión formalmente, no pasaba ni un día en que no “hablara con Dios” especialmente antes de dormir, ya que siempre le agradecía por mis bendiciones y le pedía ayuda por mis problemas. Ciertamente, era el mismo ÚNICO Dios al que le pedía, seguramente Él escuchaba y me daba Su amor y cuidado. Nadie me había enseñado eso, era puro instinto.

 

(parte 2 de 3)

Los Otros

Oí hablar por primera vez del Corán cuando me estaba preparando para obtener mi maestría. Hasta ese entonces, como la mayoría de los estadounidenses, conocía a “los árabes” como predadores misteriosos y oscuros que pretenden arrasar con nuestra civilización. El Islam nunca era mencionado – solo los árabes sucios, los camellos y las tiendas en el desierto. Cuando era niña y estábamos en clase de religión, me preguntaba quiénes eran las otras personas. Jesús caminó por Canaán, Galilea y Nazaret, pero tenía ojos azules – ¿quiénes eran los otros pueblos? Me daba la sensación de que había algún eslabón perdido en algún sitio. En 1967, durante la guerra árabe-israelí, tuvimos nuestro primer contacto con el otro pueblo, y era claro que la gran mayoría lo veía como el enemigo. Pero yo no; a mí me caían bien, y sin ninguna razón aparente. Hasta el día de hoy no puedo explicarlo, excepto que ahora sé que se trataba de hermanos musulmanes.

Tenía unos 35 años cuando leí mi primera página del Corán. Lo abrí con la intención de darle una hojeada y empezar a conocer la religión de los habitantes de la región que sería el tema central de mi tesis de grado. Dios hizo que el libro se abriera en el capítulo “Los Creyentes” (Surat al-Mu’minun), versículos 52-54:
“Ciertamente la religión de todos vosotros es una sola, y Yo soy vuestro Señor; obedecedme, pues. Pero a pesar de ello, [los hombres] se dividieron formando diferentes religiones, y cada grupo se contenta con su creencia. Déjalos [a los incrédulos] en su error por un tiempo [hasta que les llegue su hora].” (Corán 23:52-54)

A la primera leída, supe que se trataba de una verdad certera, clara y enérgica, que revelaba la esencia de toda la humanidad y verificaba todo lo que había estudiado para la tesis. El patético rechazo de la humanidad frente a la verdad, su incesante y vana competencia para ser especiales y su ignorancia del fin de la existencia plasmadas en unas pocas palabras. Países, nacionalidades, culturas, idiomas – todos ellos sintiéndose superiores, cuando en realidad, todas estas identidades ocultan la única realidad que deberíamos disfrutar en compartir – es decir, servir al ÚNICO SEÑOR, que creó todo y que es dueño de todo.

 

Sigo amando a Jesús y María

Cuando era niña solía decir: “Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén”, palabras de la oración “Ave María”. Ahora puedo ver cómo María fue perjudicada al representarla erróneamente como la madre de Dios. Ya es suficiente con verla como una elegida entre todas las mujeres para dar a luz al gran profeta Jesús, a través de una concepción milagrosa. Mi madre defendía a menudo sus plegarias en las que invocaba la ayuda de María explicando que ella también era madre y entendía las penurias de una madre. Sería mucho más útil para mi madre y para otras mujeres contemplar cómo la María más pura fue calumniada por los judíos de ese entonces y acusada de un pecado despreciable, el de la fornicación. María toleró todo esto, sabiendo que sería reivindicada por el Todopoderoso, y que recibiría fortaleza para soportar todas sus calumnias.

Este reconocimiento de la fe y la confianza de María en la misericordia de Dios nos permitirá reconocerla como una de las mujeres más sublimes, a la vez que eliminará las calumnias generadas por llamarla madre de Dios, la cual es una acusación aún más grave que la de los judíos de ese entonces. Como musulmán, uno ama a María y a Jesús, pero se debe amar a Dios sobre todas las cosas, y Él es Aquel cuyos mandamientos hay que obedecer. Él nos juzgará el día en que nadie más pueda ayudarnos. Él nos creó, y también a Jesús y a su madre María, tal como creó a Muhammad. Todos murieron o morirán – y Dios nunca muere.

Jesús (‘Isa en árabe) nunca dijo ser un dios. Al contrario, él se refería a sí mismo como un enviado. Cuando recuerdo la confusión que viví de joven, advierto que la misma se originaba en la afirmación de la iglesia que dice que Jesús era más de lo que él mismo admitía ser. Los padres de la iglesia formularon una doctrina para inventar el concepto de la Trinidad. Esta confusa interpretación de la Torah original y del Evangelio (las escrituras entregadas a Moisés y Jesús) es lo que da origen a la Trinidad.

Honestamente, alcanza con decir simplemente que Jesús era un profeta, sí, un mensajero que vino con la palabra de Quien lo envió. Si vemos a Jesús, la paz sea con él, a la luz correcta, es fácil aceptar que Muhammad, la paz sea con él, es su hermano menor que vino con la misma misión – llamar a todos a adorar al ÚNICO Todopoderoso, el que creó todo y al que todos volveremos para que nos juzgue por nuestras acciones. No tiene sentido alguno discutir las características físicas. Árabe, amerindio, judío, caucásico, de ojos marrones o azules, cabello corto o largo – todo eso es irrelevante en lo que respecta a la importancia de los mensajeros. Cuando pienso ahora en Jesús, después de conocer el Islam, siento esa conexión que uno observa en una familia feliz – una familia de creyentes. Uno ve a Jesús como un “musulmán”, una persona que se somete al Señor Altísimo.

El primero de los “Diez Mandamientos” dice:
1. Soy Dios vuestro Señor, no adorarás falsos dioses ante mí.

2. No tomarás el nombre de vuestro Señor en vano.

Toda persona que conozca el significado correcto de “la ilaha ill-Allah” (no existe dios excepto Dios) reconocerá inmediatamente la similitud de este testimonio. Entonces podemos comenzar realmente a armar la verdadera historia de todos los profetas y ponerle fin a las distorsiones.

“Dicen: El Clemente tuvo un hijo. Por cierto que han dicho algo terrible; estuvieron los cielos a punto de hendirse, la Tierra de abrirse, y las montañas de caer derrumbadas porque Le atribuyeron un hijo al Clemente. No es propio [de la grandiosidad] del Clemente tener un hijo. Todos los que habitan en los cielos y en la Tierra se presentarán sumisos ante el Clemente.” (Corán 19:88-90)

 

(parte 3 de 3)

Mi viaje hacia el Islam

Me llevó tres años completos de investigación y estudio del Corán antes de estar lista para anunciar que quería ser musulmana. Desde luego, tuve miedo de los cambios en la vestimenta y los hábitos, como salir en citas y beber, a los cuales estaba acostumbrada. La música y el baile eran una parte importante de mi vida, y las bikinis y las minifaldas eran normales. Mientras tanto, no había tenido oportunidad de encontrarme con ningún musulmán, pues no había ninguno en mi zona, aparte de algunos inmigrantes que apenas hablaban inglés y que se encontraban a una hora de auto en la única mezquita que tenía el estado en ese entonces. Cuando iba allí a la oración de los viernes a probar y ver lo que estaba pensando adoptar, recibía miradas furtivas quizás porque pensaban que era una espía, como es el caso en la mayoría de las reuniones islámicas. No había ni un solo musulmán estadounidense dispuesto a ayudarme y, como dije antes, los inmigrantes eran algo fríos, por decirlo en palabras suaves.

En medio de esta etapa de mi vida, mi padre murió de cáncer. Yo estaba junto a su cama y vi literalmente cuando el ángel de la muerte se llevó su alma. El miedo se había apoderado de él cuando le comenzaron a caer lágrimas por las mejillas. Una vida de lujos, yates, fiestas, coches costosos… tanto para él como para mamá, resultado de los intereses de su fortuna, todo eso se había acabado.

Sentí un deseo súbito de entrar rápidamente al Islam, mientras tuviera tiempo, y cambiar mis hábitos y no seguir buscando ciegamente lo que me habían hecho creer que era la buena vida. Poco después llegué a Egipto, y participé de un lento y largo viaje a través del milagro de la lengua árabe y el descubrimiento de la clara verdad – Dios es Único, Eterno; nunca engendró ni fue engendrado y no existe nada como Él.

También me atrajo mucho a esa religión la igualdad entre los seres humanos. El Profeta Muhammad, la paz y las bendiciones sean con él, decía que las personas son como los dientes de un peine – todos iguales, los mejores son los más piadosos. En el Corán, nos dicen que los mejores son los más piadosos. La piedad implica tener amor y temor devocional solamente de Dios. Pero antes de lograr realmente ese estado, uno debe aprender quién es Dios. Y conocer a Dios es amarlo. Comencé a aprender árabe para leer la palabra de Allah en árabe tal como fue revelada.

El aprendizaje del Corán cambió todos los aspectos de mi vida. Ya no tengo deseos de tener lujos mundanos; ni autos, ni ropa, ni viajes que me lleven a caer en las garras de los deseos vanos en que me hallaba antes. Disfruto una buena vida como creyente, pero como dicen… la materia ya no está inmersa en el corazón… solo al alcance de la mano. No temo perder a mis amigos o familiares – si Dios escoge acercarlos a mí, pues que así sea, pero sé que Dios me da exactamente lo que necesito, ni más, ni menos. Ya no estoy ansiosa ni triste, ni tampoco me lamento por lo que me ha ocurrido, porque estoy segura al cuidado de Dios – EL ÚNICO a quien siempre conocí pero de Quien no sabía su nombre.

 

Una oración por América

Le pido a Dios Todopoderoso que le permita a cada americano tener la oportunidad de recibir el mensaje de la Unicidad de Dios de manera simple y directa. En su mayoría, los americanos están desinformados de lo que es la teología islámica correcta. Casi siempre se hace hincapié en la política, la cual se centra en las acciones de los hombres. Es tiempo ya de concentrarnos en las acciones de los profetas que vinieron para sacarnos de la oscuridad y guiarnos hacia la luz. No cabe duda alguna que la oscuridad está en todas partes afectando a este continente. La luz de la verdad nos servirá a todos, y ya sea que escojamos o no seguir el camino islámico, no hay dudas de que si lo bloqueamos u obstruimos a otros nos provocará mayor miseria. Me preocupo mucho por el futuro saludable de mi continente, y tengo la certeza de que aprender más del Islam aumentará las probabilidades de que se cumplan mis anhelos.

 


Source: https://www.islamland.com/esp/articles/diane-charles-breslin-ex-catlica-estados-unidos

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